martes, 28 de mayo de 2013

Hay días en donde tengo la sensación de que estamos impacientes esperando a que algo nos pase. Como si, a pesar de que ya sabemos que todos nuestros cuentos terminan igual, esperásemos un giro inesperado. Una vuelta en u, un volantazo rápido. Y sin embargo, a pesar de las miles de millones de fantasías que nos gusta pensar, nada sucede.
Mi viejo me dijo el otro día que siempre antes de un examen, a pesar de que él ya sabía que le había ido mal, esperaba el milagro. Le pregunté qué tipo de milagro esperaba si ya sabía que le había ido mal. Y me contestó que no sabía. Creo que quería decirme eso, quería que su cuento terminara distinto. Es como cuando leemos un libro y queremos que ella, la chica hermosa e inteligente a quién pensamos que nos parecemos, termine con él: un pobre tipo pero dulce.
Es triste escribirlo así, tan crudo, disculpen posibles lectores, no soy una buena escritora. Es triste estar esperando que todo sea como mis fantasías. Es triste pensar que tal vez nunca voy a llegar a ser eso que mis fantasías rozan. Es triste. Tal vez es eso lo que nos deprime; libros, películas, series que nos hacen fantasear. Darnos cuenta que con los mismos elementos de los que se compone el mundo se pueden crear esas fantasías que nos gusta decir arte. Es triste que con todos los materiales hagamos una fantasía y no podamos terminar nuestro propio cuento. Es triste pero creo que no cambiaría la adrenalina de saber que nunca va a pasar o que si.