sábado, 10 de marzo de 2012

Fragmento Especial IV

Ya habían pasado treinta minutos de profundo e insoportable silencio. Mi hipócrita mano se mantenía junto a la suya. El espacio seguía avanzando junto con el tiempo y la falta de sonido se hacía cada vez más presente, más oscura, más hiriente. No estoy segura de por qué tengo esa necesidad de desechar todo aquello que se acerca a mí. Tal vez me gusta que no me guste. Quizás soy como todos, me gusta el fariseísmo y el dolor de no tener nunca lo que quiero. Quizás es ese el motor de mi vida: el inconformismo absoluto. No sé bien, pero si no hablo en este instante esto va a dejar de tener sentido. No, cero. Tampoco es justo que hable él, es decir, ¿cómo puedo exigirle palabras a alguien si ni yo misma puedo emitirlas? Y por otro lado, ¿cómo voy a poder vivir alrededor de él sin palabras? Las palabras son todo para mí y me estoy privando de ellas. El diálogo conecta el mundo interior con el exterior. Lo finito con lo infinito. ¿Cómo hablar con quien no quiere hablarte? Es esperar el miedo mayor. Me faltan verbos, sustantivos, adverbios, adjetivos. ¿Cómo mierda puede ser que no me puedas decir nada? Peor todavía es que yo tampoco tenga ganas de decirte nada.

lunes, 5 de marzo de 2012

El lenguaje del cielo

Esta mañana me levanté y no estoy segura de si fue Dios o mi voz interior la que me pidió con fuerza que no me levantara. Sin embargo, nunca creí ni en Dios, ni en mi voz interior y me levanté igual. Hoy era el día, ya no podía retrasarlo más. Yo sabía que el camino hasta el castillo de Puán está lleno de obstáculos, pero cuando me levanté me sentía fuerte. Lo que no sabía es que no, no soy tan fuerte.
La primera prueba fue Congreso. Llegar hasta ahí fue simplemente insoportable. Y ni hablar de la foto 4x4 en donde nadie, absolutamente nadie sale bien. No sé por qué, pero no solo salgo mal sino que tengo una cara de susto increíble. Después de que un tipo me sacara una foto horrible, con una cámara que seguro no es mejor que la mía, me resigné y acepté la foto con el compromiso de reírme de mi misma en mis futuros años académicos. La segunda prueba fue el subte; que en realidad no fue una prueba, me gusta viajar en subte. Me trae un conjunto de sensaciones extrañas, ya que es inusual que lo tome.
Así que ahí estaba, solo cuatro cuadras. Caminé despacio como si me pesaran las piernas. No estaba nerviosa, solo tenía en los pies ese no se qué. El Castillo de Puán estaba frente a mí. Solo faltaba que el edificio flotara en lava ardiente y fuese custodiado por un dragón. Dudo todavía que en Caballito haya lava, aunque pongo en duda la existencia del dragón. Entré, sabía a donde tenía que ir. Subí la escalera con cara de desconocida en búsqueda de la ventanilla mágica del departamento de alumnos. Un sentimiento de estupidez me recorrió el cuerpo cuando empecé a dar vueltas en redondo sin resultados positivos. Mientras caminaba observaba el decorado del lugar con la leve sensación de que el Che Guevara me perseguía. Me topé con un caballero de sandalias y pantalón corto más perdido que yo (y más valiente también), el que me orientó a la pequeñísima ventanilla al fondo del pasillo. Con cara de quién no quiere la cosa, me dispuse a hacer el trámite y salir. No, te falta una materia, aula informática. Genial. Luego de tenerme esperando una hermosa media hora (mentira, fueron 15 minutos), por fin tenía mis papeles en orden y estaba lista para entregarle mi alma al diablo. Lo irónico de estas cosas, es que la gente siempre aparece en el momento menos esperado. Al llegar el castillo parecía desolado; ahora multitud. Entrego todo, si si si, todo en orden. Me entregan mi libreta 'provisoria', me sentía realizada y sin previo aviso un trueno rompe el cielo en dos. Ese fue el preciso momento en donde sabía que me tendría que haber quedado en casa. Bajé sin apuro las escaleras, mientras veía como la lluvia se apoderaba del espacio. Mientras miraba las gotas de agua, miré hacia abajo y me di cuenta de la razón por la que no tenía que salir de mi casa. Qué mejor idea para un suicidio que salir en alpargatas un día de lluvia torrencial. Es por eso que quedé varada en aquel edificio, sola, a la espera de que el agua bajara la velocidad y no me matara en un posible accidente. Traté de quedarme mirando fijo a algún lugar sin sentido pero me fue difícil; sobretodo porque un tumulto de personas mojadas, olorosas y recibidas ocupaban la puerta del lugar. Lo único que faltaba en ese momento era una cámara lenta y alguna canción melosa. Yo ingresando, ellos recibiéndose. El circulo de la vida. Me reí de la estupidez que se me acababa de ocurrir en voz alta, tomé valor y me fui. Esta si que fue la tercera prueba, las cuatro cuadras de la muerte. Nunca desee tanto el calor del subte. Mis puteadas crecían entre mis resbaladizas alpargatas y el choque con las personas privilegiadas con paraguas.
Finalmente llegué a casa cansada cual guerrera. Y esta es sólo la primera de las desventuras de Puán. Que garrón.