jueves, 27 de octubre de 2011

Lo daría todo por ese instante. Ese momento culmine que soy incapaz de recordar. No sé cómo llegue ahí, ni hacia a dónde iba. El punto de inflexión exacto donde mi cuerpo dejó de estar mal. En ese centésima de segundo en donde exprimí con todas mis fuerzas el mundo. El punto más alto de la nota, donde parecía haber en mi cierto rasgo de divinidad. El ataque de pánico, la insatisfacción satisfecha. El fondo del barril. Yo y eso. Eso y yo. Eso, porque no sé como decirle. Imponente, gigante, eterno. De lejos inerte y estático. De cerca universo paralelo, infinito.
Estaba por primera vez frente a ese cuadro que jamás volví a ver: la respuesta al sufrimiento indefinido. No sé cómo lo encontré, o si vuelva a toparme con él. Si causase otra vez estragos en mi cuerpo, si volviese a dejarme sin aliento. No es cotidiano, no es rutinario. Es solo arte.

viernes, 7 de octubre de 2011

Luego de tanto esperar, luego de esa picazón insoportable, interminable. Lo arranqué. En mil pedazos se rompió el inútil calculador del tiempo. ‘’De nada sirve’’ expulsé en forma de consuelo. Es una máquina ordenadora, una máquina medidora. Somos prisioneros de ella, es quien nos creó la rutina, es lo que nos esposa a la realidad irreal. No lo podemos ver y buscar una definición sería no solo imposible, sino el camino fácil a la locura. Nos persigue en forma de nostalgia y crea esperanzas inalcanzables. Involuntaria e imprescindible como la respiración. No hay forma; somos sus hijos, por él devorados. Causa y efecto. Destrucción y construcción. Omnipresente, ¿innecesario?

Yo que ustedes, también me arrancaría el reloj.