jueves, 2 de diciembre de 2010

Capítulo LXVIII

Esta es la primera vez que escribo sobre esto. Decido publicarlo porque es la única manera de sacarlo afuera. Nunca fui una persona expresiva con estas cosas. Las cosas que me duelen las guardo, y salen a flote tiempo después. Me sorprende igual que pueda escribir algo como esto después de tan poco. No creo en la Iglesia. Absolutamente no. Después de mis malas experiencias, comencé a creer en lo manipuladora que puede ser; en lo desagradable que puede ser que ciertas de nuestras acciones sean imperdonables. Sin embargo creo en Dios. Creo que necesitamos creer en algo, tener fe en alguien que es superior a nosotros, aferrarnos a eso. Ella también creía en eso. No soy una persona de rezar, no tengo un hábito o un ritual. El día que te vi en la cama, mientras todo giraba alrededor tuyo, rezaba por dentro. Rezaba para que no sufrieras, rezaba para que sonrieras, rezaba para que lo que hayas elegido sea realmente así. Y creo que recién ahora me animo a decirte que te extraño, que paso por tu casa y busco desesperada el 8avo piso. Espero que desde donde estés puedas ver esto que te escribo, que no me animo a releer ni corregir.

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